Hace unas semanas comimos en el Etxeko Jana de Bilbao. Está en el Capo Volantín, 15. Muy cerca del cruce con la calle Tiboli. No conocía el sitio, es la lonja del antiguo Yandiola, pero acertamos de pleno. Hace honor a su nombre. Y no lo digo por la comida, sino por el ambiente. Fue de lo más surrealista y a mi eso me encanta. Buena comida, mejor servicio, amabilidad y cero chorradas. Sin artificios.
El local es sencillo. Una mano de pintura en las paredes, unas cuerdas que dibujan palabras y se acabó. A la entrada un mostrador y una estantería con botellas de vino junto al gigantesco escaparate que parece el de una peluquerío por el tamaño de la cristalera. Me encantó.
Y es que la simplicidad no implica descuidar los detalles. Pedimos el menú del día, con el vino de la casa, y nos encontramos un gusto por el trabajo que cada vez es más raro. Un detalle: la botella de vino (un crianza del Campo de Borja) llegó a la mesa con aireador.
Lo mejor fue el trato. Como de costumbre, entramos pronto a comer. Sería la una. Todavía no había llegado el mensajero que les trae las hojas impresas con el menú de ese día, así que se disculparon, hicimos unas risas y nos cantaron la oferta. Mejor. Una ensaladilla de bonito sobre cama de tomate fresco y espaguetis con una salsa de salmón. Buena ración para abrir el tema y muy sabroso. El bonito tenía apellido, no era una lata de Isabel.
En ese momento aparece un chico por la puerta y me dice: "¿Dónde quieres que te deje el sobre?" Pongo el tenedor sobre la mesa, terminó de tragar y le contesto. "Déjale ahí mismo, en el mostrador". A mi, la verdad, me daba los mismo. Lo raro es que al mensajero le pareciera normal todo aquello.
Así que cuando regresó el camarero le dijimos que ya tenía sus menús, que estaban en el mostrador. Lo flipó un poco y después soltó unos cuantos improperios sobre el repartidor. Creo que no era la primera vez que hacía una de esas entradas estelares y se acercaba a los clientes para entregar un paquete que debía haber llegado a las 10.30 de la mañana. Un crack.
En fin. Que nos volvimos a reir un rato con los del Etxeko Jana.
Faltaba el segundo plato, unas brochetas de cerdo (vale, bien) y el postre. Tarta selva negra. Como para repetir. Con café y tal. 28 leuros la pareja. No es barato, pero merece la pena.
Por cierto, tiene pinta de tener otro comedor más chic en la entrepalanta. No dejaban de pasar pijardillas de esas tan de moda desde que han tuneado el botxo. Las muy incautas miran por encima del hombro cuando pasan junto a tu mesa camino de las escaleras. Estas no saben que ese paseillo es peor que un desfile de modas. ¡Chavala, acelera porque los de las mesas no te miran por lo bien que andas. Te están despellejando viva a cada paso! Es la ley de las terrazas.